viernes, 11 de febrero de 2011

Las ratas

Si te contara todas las cosas de este pueblo, de seguro te parecerían fantásticas. Tal vez raras. O tal vez te importarían poco. En fin. Tú eres una mujer que ha recorrido mundo, Yo no. Incluso esto del internet me costó un mundo usarlo. Peor ahora en que dependo de la batería de un carro que además ya no camina. Tal vez si caminara te podría decir que me queda alguna oportunidad. Pero, ahí está, arrumbado y muerto. La batería fue lo último que le compré sin saber que gracias a ella te podría decir estas palabras.
Creo que debes saberlo. Más aún si eres de las pocas personas que han demostrado interés en mí. Y eso me obliga a ser sincero. Aunque tal vez sea lo último que haga: desnudar mi alma frente a ti. Si ya estas lista, yo también lo estoy.
Tengo una sola obsesión.
Y mi obsesión son las ratas.
No bromeo. De seguro miras mis letras y sonríes y crees que es una nueva broma. Te prometo que no.
Las ratas han terminado con la gente de aquí. De a poco se han ido adueñando de las calles, los mercados, la estación de bomberos. Policía nunca hubo, así que no se vieron afectados por los roedores. La gente dejó de ir a la iglesia cuando los animales interrumpieron el sermón. No recuerdo el tema.
No, no era nada de la bíblica barca o cosas así. Creo que era un tema más abstruso. Idolatrías y supersticiones. La gente aquí era dada a esas cosas. Pero no creo que fuera la causa.
El predicador, al comienzo quiso seguir hablando. La gente salió de su arrobamiento, o de su modorra, o como quieras llamarle, viendo impávida como los roedores, primero tímidamente y luego con la saña que da el número, lograron derribar al pastor. Luego, todos salieron corriendo, sin saber si habían visto un milagro o una abominación. Eso fue un domingo.
Las criaturitas persiguieron a los fieles. Los sitiaron en sus lugares, sin importarles los antejardines con lindos céspedes o las calles del centro, o los suburbios pobres.
Al final se entraron a las casas de la gente, sin importar sus creencias religiosas.
Pero eso fue al final. Claro, como en todo hubo un principio. Soy un poco desorganizado en esto de contar lo que ocurrió, discúlpame.
Todos al comienzo incluso bromeábamos con las ratas. No eran timidas. Las cloacas las vomitaban y no acababan nunca. Y cada vez aparecían más. Salían como si alguien las enviara desde bajo tierra. Pensamos en una plaga. Luego nos dimos cuenta que de a poco nos fueron aislando. Como si todo fuera parte de un plan macabro. Al inicio pareció casual que varias de ellas se achicharraran y quedara el pueblo en obscuras. Es un cortocircuito en la planta de luz, dijieron los ingenieros. Pero ahí quedamos en las tieneblas de la noche. Luego fueron los ductos de agua. No sé cómo, pero los interrumpieron.
Pronto, al salir a las calles, todo era un griterío de mujeres asustadas por tanto animal suelto. Con decir que los gatos prefirieron el exilio, Si, ríete. A mí también me pareció gracioso.Pero los felinos sabían que había perdido de la guerra, cuando cambiaron de lugar en la piramide alimenticia y se convirtiron en bocado.
Pero pronto los gritos de de asco se convirtieron en terror. Lo más terrible fue cuando frente a la gente y en la calle, devoraron al primer niño.
Este era un rapazuelo de siete ocho años, movedizo, corredor. Pero no pudo nada cuando se tropezó con uno de estos animales, que supo enredarle las piernas. Dicho sea de paso, no son uniformes, Los hay de todo tamaño. Pequeños y grises. Grandes, de tonos de azul y barriga blanca.
Una vez que el chicuelo en carrera terminó cayendo, ya en el suelo se le abalanzaron entre todos, y el niño quedo como con un abrigo de piel, pues solo se le veía la cara en medio de los pelambres de todos los tonos de grises con que las ratas se visten en invierno. Eso durò lo que me demoro en contarlo. Luego, no quedó nada. Salvo el terror de todos, que salieron en estampida.
Yo soy uno de los últimos en la lista del exterminio, pues me refugié en el viejo coche. Desde ese momento y a lo largo de más de una semana se escuchaba los ruidos de los golpes en cada residencia, mansión, casa pobre o casucha. Parecía que la gente se hubiese vuelto loca y que entre todos interpretaran una macabra sinfonía de golpes. Se veía salir gente gritando, y se les veía entrar de nuevo en una lucha que parecía que no acabaría nunca, hasta que se terminó.
De pronto una mañana ya no hubo más ruidos. Una quietud escalofriante cambio los palazos, los gritos, las carreras por silencio. Me animé y mire por las ventanas a la casa de al lado. No se veía gente, solo ratas, ratas por millares, en todos los tonos ratoniles, Grandes y chiquitas. No había sangre, ni restos humanos. Fue ahí que saqué la batería y volví a mi casa. No era por comida. Tal vez soy fatalista.
Por la ventana, cuando me atrevo a mirar, sólo tengo un horizonte de pequeños animales.
Solo ratas. Escribo esto, y siento que están rascando la puerta y que corren por el entretecho. Tal vez entren. No sé si existirá una próxima comunicación. No sé cuánto durará esta batería. ¿Te conté que fue lo último que compre para el coche? A veces me repito. Espero no atemorizarte. Pero era necesario ser sincero….

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